Hermes era uno de esos fascinantes personajes de la mitología griega, quien con tantos poderes y un gran carisma se convirtió en uno de los dioses preferidos de los hombres. Hijo de Zeus -tenía “vara alta”-, era bien parecido, afortunado en el amor, sumamente inteligente y sagaz, y siempre con buena disposición, todo un estuche de monerías. Era tan popular que se convirtió en el mensajero de los dioses, un veloz heraldo que con sus aladas sandalias llevaba los mensajes a cualquier rincón que se le indicara.
Pareciera que WhatsApp es una especie de Hermes de los dioses. La aplicación de mensajería más popular y usada del orbe con sus más de dos mil millones de usuarios traslada una vorágine de mensajes cada día. Este verde emisario brinda muchas bondades: puede llevar tus mensajes a cualquier parte, es muy amigable y fácil de usar, permite enriquecer y adornar tus conversaciones, puedes hacer llamadas de voz o hasta llevar a cabo pequeñas reuniones a la distancia, tienes la posibilidad de enviar ubicaciones, incluso en movimiento, y hasta enviar y recibir grandes “paquetes” de archivos que no son un pretexto para que este Hermes los entregue. Lo mejor de todo: es gratis.
A nuestro Hermes lo usamos para casi cualquier cosa, desde esa conversación crucial de negocio, la discusión sentimental con la pareja, el trabajo o los estudios hasta las charlas triviales y sin importancia con la familia y amigos, por supuesto, sin dejar de lado ese representativo tráfico relacionado con “memes” que segundo a segundo es entregado por el vertiginoso mensajero. ¿Cuántas veces repetimos la frase “mándame un whats”? De facto, se ha convertido en el mensajero digital para comunicarse por casi todas las generaciones, las estadísticas lo demuestran y su uso es parte de la cotidianidad que ha llegado a provocar efectos psicosociales. Nos hemos generado el hábito de la gratificación espontánea, además de una necesidad de acceder y compartir información de manera inmediata, y WhatsApp sin duda es el instrumento propicio para ello.
Es importante mencionar, que a pesar de que nuestro Hermes digital podría acceder a la información que le encomendamos, es común que nuestros mensajes pequen de desinhibidos al grado de desoír al pudor. Conversaciones sensibles, información confidencial, datos personales o incluso imágenes íntimas; nuestra vida entera puesta en manos del dios mensajero sin temor a ser expuesta.
Si bien las aplicaciones de mensajería gratuita no son precisamente hermanas de la caridad y su modus-operandi pueden incluso llegar a considerarse un atentado a la privacidad, me parece que la discusión se ha centrado erróneamente en el emisario cuando deberíamos enfocarla en el emisor. Debemos recordar que WhatsApp es una empresa privada que te brinda un servicio sin costo, y que genera sus ingresos con base en la explotación de tus datos, es decir, ¡tú eres el producto! Desde mi punto de vista, WhatsApp y Facebook -a quien pertenece-, con sus nuevos términos y condiciones, solo afilan el hacha para generar más ingresos pero no es el primer corte que le dan a sus usuarios. Recordemos que Facebook viene de una serie de eventos desafortunados que develan la explotación indiscriminada que se hace de nuestros datos, y que alcanzaron su clímax con el caso de Cambridge Analytica. Con su nueva política, el principal cambio es que WhatsApp podrá compartir con Facebook los datos que actualmente explotan, como usuario ya no tendrás la opción de elegir si los compartes, si pretendes utilizar su servicio será obligatorio. Si deseas leer la Política de Privacidad de WhatsApp en detalle e identificar qué datos son los que se recaban y cómo los tratan, acude a esta URL: https://www.whatsapp.com/legal/updates/privacy-policy/?lang=es. Cabe mencionar que la política entrará en vigor a partir del 15 de mayo.
Con lo anterior, quisiera subrayar que no se trata de satanizar a las plataformas de mensajería, sin duda son de gran ayuda y somos libres de usarlas, y más allá de ello, insisto, la discusión debe centrarse en nuestros hábitos. Analicemos si la conversación que estamos sosteniendo se está llevando a cabo en el medio adecuado, ese es el primer paso. ¿Cuántas veces nos encontramos publicando con inmediatez cualquier cosa que se nos viene a la mente, sin filtros? ¿Cuántas veces enviamos documentos oficiales, contratos o fotografías íntimas por estos medios? Algunas aplicaciones, como WhatsApp, permiten dar a conocer nuestro número telefónico. Esto puede poner en riesgo nuestra seguridad y privacidad.
Por otro lado, debemos entender qué aceptamos al usar estas aplicaciones. Lee la política de privacidad del desarrollador para entender en detalle qué información se recopila, cómo la tratan y con quién la comparten, y seamos conscientes de que las políticas cambian frecuentemente, por lo que debemos estar al día y leer siempre esos términos y condiciones. Hoy fue WhatsApp, pero todas las plataformas de mensajería, en mayor o menor medida, recaban y gestionan nuestros datos de diferentes maneras.
Configura la privacidad y seguridad de tus aplicaciones, muchas de ellas permiten segregar los permisos sobre la información a la que acceden tus contactos, incluyendo el uso compartido de tu ubicación, además de que tienen disponible funciones de verificación de dos pasos para autenticarte lo que te provee mayor seguridad. No debemos dejar de lado el uso de antivirus y mantener la aplicación actualizada para evitar que se aprovechen de alguna vulnerabilidad, y tengamos cuidado con mensajes y enlaces sospechosos, no seas víctima de malware o phishing.
Para concluir quisiera rescatar otra de las tareas de Hermes: era responsable de llevar las almas al inframundo, una atención a Hades que reinaba ese sombrío lugar. Se decía que Hermes tenía el privilegio de entrar y salir del Hades, pero no las almas que entregaba. Pues bien, no dejes que tu Hermes digital se lleve tus mensajes al inframundo, y si lo hace, que esos mensajes no te signifiquen un inconveniente a tu privacidad.
Provehito in altum
Por: Juan Pablo Carsi